Aquí estoy otra vez comiendo de la mano de este humano, es de los pocos que han logrado que supere mi temor a ellos.
Todavía recuerdo el día que le vi por primera vez bajo mi árbol, estaba con un niño pequeño que no paraba de saltar y corretear, él, para entretenerlo y lograr que estuviera un momento tranquilo, comenzó a darle frutos secos para que los comiera. ¡Esa fue mi perdición!, tenía tan cerca de mí las ricas avellanas, las sabrosas almendras, y los exquisitos ¡pistachos! que poco a poco y casi sin darme cuenta fui descendiendo de la copa del árbol dejando la seguridad de las hojas a mi espalda. Cuando casi había tocado el suelo oí un grito, mezcla de alegría y temor, era del niño que me vio tan cerca de él, que no pudo evitar asustarse.
No me quedó más remedio que trepar nuevamente hacia la seguridad de las hojas, pero ellos ya me habían descubierto.
Cuando se marcharon, me dejaron un montoncito de los tan anhelados manjares. Al día siguiente regresaron y repetimos la escena, un día tras otro hasta que poco a poco fuimos perdiendo mutuamente el miedo. Hoy los espero impaciente, no solo por mi ración diaria de golosinas, sino porqué añoro sus caricias.
*Foto realizada con: Nikon Z6